De Pueblos Indígenas en Brasil
Foto: Fabiana Maizza, 2006

Jarawara

Autodenominación
¿Donde están? ¿Cuántos son?
AM 271 (Jarawara, 2014)
Familia linguística
Arawá

Los Jarawara forman parte de aquellos pueblos indígenas poco conocidos en la región de los ríos Juruá y Purus; hablan una lengua de la familia Arawá y viven solamente en la Tierra Indígena Jarawara/Jamamadi/Kanamanti, constantemente invadida por pescadores y madereros.

Nombre y localización

Aldeia Siraba, jovens Jarawara. Foto: Fabiana Maizza, 2005
Aldeia Siraba, jovens Jarawara. Foto: Fabiana Maizza, 2005

Jarawara es el nombre más común para designar a este pueblo, sin embargo también se utiliza Jarauara, Yarawara o Jaruára. Al preguntarles sobre su auto-denominación, responden que ellos mismos se nombran “e yokana”, cuyo significado literal es “personas de verdad” (Vogel, 2006), pero lo traducen como “personal mismo”.

Los Jarawara formaban en 2006 un pequeño grupo de aproximadamente 180 personas, que en 2010 llego a 218 personas. Todos viven en la Tierra Indígena Jarawara/Jamamadi/Kanamanti, homologada en 1998 y ubicada en el medio río Purus, entre los municipios de Lábrea y Tapauá, donde también habitan los Jamamadi/Kanamanti.  Hace por lo menos 80 años que viven en su territorio tradicional, área que corresponde a cerca de un tercio del total de la Tierra Indígena y abarca regiones de tierra firme y de transición con la vega (Schröder 2002: 85).

El nombre de la etnia Jarawara, al contrario de otros grupos indígenas de la región, no figura en ningún documento histórico sobre el río Purus, por lo que no es posible saber el origen de esta población por estas fuentes. Por otro lado, los propios indios afirman ser originarios del “alto río Purus en el estado del Acre”, es decir que probablemente bajaron por el río hasta llegar al sitio donde están actualmente. Basándose en relatos biográficos, se puede suponer que han vivido en el área (hoy homologada como Tierra Indígena) por lo menos 80 años. De todos modos, es difícil determinar fechas exactas: la memoria histórica de los Jarawara parece ir de la mano de la memoria genealógica que, como en el caso de diversos pueblos indígenas, no excede dos generaciones desde la actual. Ellos cuentan que “sus abuelos dijeron que los abuelos de ellos dijeron que” vinieron del alto río Purus y se asentaron en la región.

Los Jarawara cuentan que hace cerca de 60 años muchos de ellos se casaron con integrantes de “otro pueblo” llamado Wayafi, que hablaba la misma lengua, compartía gran parte de la mitología de los Jarawara y que llegaron a la región huyendo de los Apurinã. Debido a esto, los Jarawara se declaran “mezcla de dos gentes, Jarawara y Wayafi”. Los individuos que hoy tienen más o menos 50 años de edad saben perfectamente quien desciende de quien, pues sus padres y madres eran Wayafi o Jarawara que se casaron con Wayafi. Aunque los adultos marquen la diferencia entre los dos grupos, el hecho parece no tener consecuencias sociológicas. Creemos que los Wayafi y los Jarawara fueron antiguamente subgrupos de una misma etnia; sin embargo, no hay como comprobar esta hipótesis.

Lengua

Los Jarawara hablan la lengua homónima del nombre del pueblo, perteneciente a la familia lingüística Arawá y bastante emparentada con las lenguas (también de familia Arawá) de los Jamamadi y de los Banawa-yafi, con quienes se comunican muy fácilmente si es necesario. Sin embargo, la tonada y la forma de hablar son muy diferentes: el jarawara es más veloz y más nasal que las otras lenguas. Solo dos o tres hombres hablan fluidamente el portugués.

La lengua jarawara fue estudiada en profundidad por el lingüista misionero Alan Vogel y por Robert Dixon, que publicaron diversos artículos, tesis y libros sobre el tema. La ortografía jarawara consiste en once consonantes (b, t, k, f, s, h, m, n, r, w, y) y cuatro vocales (a, e, i o) y fue elaborada en 1988 por integrantes de la Sociedad Internacional de Lingüística (SIL), tomando en cuenta principalmente la ortografía jamamadi, cuyo inventario de fonemas es muy parecido (Vogel 2006: 45).

Mito de origen

Los mitos jarawara abordan temas bastante diferentes entre sí: las coordenadas geográficas, las transformaciones de personas en animales, las actividades de los monstruos, espíritus buenos y malos, el casamiento, la traición, el xamanismo (conjunto de manifestaciones y prácticas rituales alrededor del xamã, o líder espiritual), los enemigos y los héroes míticos, las normas sociales y morales, las guerras y la venganza, las actividades de caza, pesca y recolección. De las diversas narrativas recogidas, la que más se destacó fue el mito de origen que se relata a continuación:

Los Juma, enemigos míticos de los Jarawara, invadieron inesperadamente la aldea y, como eran caníbales, los mataron a todos para comérselos. Solo una joven logró escapar, quien para no ser descubierta, untó una flecha con su sangre menstrual, la encajó en su axila como si hubiera sido herida, y fingió estar muerta. La belleza de la joven llamó la atención de un hombre juma que por allí pasaba y pensó para sí que si no estuviera muerta, la llevaría a casa como su esposa. En ese momento, el juma se dio cuenta de que se le había olvidado el cuchillo (hecho de taboca, un bambú) y le gritó a uno de sus compañeros para que lo trajera, pero el compañero estaba muy ocupado  descuartizando y recogiendo las innumerables víctimas. El juma le pegó con un palo a la muchacha, para comprobar si realmente estaba muerta, entonces le pareció escuchar sus latidos cardíacos y puso un trocito de planta cerca de la nariz. La joven no reaccionó en ningún momento.

 

Ya convencido de su muerte, la cubrió de palos rotos y fue a buscar el cuchillo. Una vez que escuchó los pasos del Juma alejarse, la joven se desprendió de los palos que la cubrían, salió corriendo y se escondió en un árbol, dentro del agujero de algún pájaro. Al regresar al lugar donde había dejado a la muchacha, el Juma no la encontró y, luego de buscarla por un largo rato, decidió irse. La joven entonces salió del agujero y siguió caminando por la selva, donde se encontró con dos animales muertos y forrados al borde de un árbol, al que se subió. Entonces pudo ver desde arriba que llegaba un hombre cargado de monos muertos, que había salido a cazar antes de la masacre. La muchacha le gritó desde arriba para llamar su atención. Aunque el hombre no quiso mirar, ella siguió hablando y le contó que los Juma habían matado a todos en la aldea y que solo quedaban ellos dos.

 

Al bajar del árbol, la joven le pidió al hombre que fuera a buscar el hilo de algodón que había confeccionado y la harina blanca (iawa), que estaban en su hamaca. Él fue hasta la aldea, recogió el algodón y la harina y, al salir, gritó: “¿hay alguien por ahí?”. A lo que un Juma contestó: “¡nos falta uno!”. El hombre corrió hasta la joven y juntos huyeron caminando por la selva. Ella hizo dos hamacas con el algodón y entre los dos prepararon la cena. La joven se casó con el hombre y empezaron a vivir juntos, escondidos de los Juma. Tuvieron muchos hijos a los que, cuando estuvieron grandes,el padre les explicó que tenían que casarse con las propias hermanas. Hecho esto, la nueva generación tuvo muchos hijos y volvió a crecer.

Actividades económicas

Torrando farinha na aldeia Casa Nova dos Jarawara. Foto: Peter Schröder, 2000/ PPTAL
Torrando farinha na aldeia Casa Nova dos Jarawara. Foto: Peter Schröder, 2000/ PPTAL

El ciclo anual está marcado por el régimen pluvial, con lluvias más intentas de noviembre a febrero, y por los niveles de agua, que generalmente son más altos en marzo y abril y más bajos de julio a octubre.

Los Jarawara son básicamente agricultores de tierra firme y complementan la dieta con caza y pesca. En los cultivos, plantan principalmente mandioca (venenosa cuando cruda y usada para hacer harina), macaxeira (también llamada mandioca dulce, comestible), patata, tubérculos como el cará y el ariá, taioba (tipo de verdura semejante a la acelga), maíz, bananas, ananá, zapallo, sandía, anacardo y pupunha (tipo de palmito), además de caña de azúcar, tabaco y una liana llamada kona, de la cual se extrae un veneno letal para los peces, el tingui. En los patios, llamados yamabarikani (“cerca de la casa”), los Jarawara cultivan más de 30 especies de frutas, palmeras, legumbres, verduras, condimentos, aderezos y plantas medicinales.

Los Jarawara cazan en tierra firma y también en “terrenos islas”, es decir, porciones de tierra en medio al área de inundación del río Purus que no se inundan en la época de lluvias – y que por esto concentran una serie de especies de caza por temporada.

Se puede deducir que el pescado es un elemento frecuente de la dieta jarawara y que la pesca se realiza en distintos ambientes durante todo el año. Entre las técnicas utilizadas en esta actividad, se destaca el uso de un veneno vegetal letal para los peces (kona). El kona parece ser la misma especie cultivada también por los Jamamadi y Zuruahá.

Los Jarawara comercializan sobre todo productos de la selva, como el caucho, la castaña-del-Pará, el aceite de copaíba (árbol de la especie Copaifera sp) y la sorva (fruta de la especie Sorbus domestica L.), mientras que los cultivos y artesanías ocupan un lugar secundario en los trueques comerciales. Aunque este pueblo se tornó dependiente de diversos productos industrializados, se encuentran en una posición de mucha desventaja para adquirirlos, pues no están muy familiarizados con el valor del dinero. Son comunes los casos en que los regionales se aprovechan de este desconocimiento para lucrar mucho en los trueques.  

Organización social y parentesco

Casas Jarawara na aldeia Casa Nova. Foto: Peter Schröder, 2000/ PPTAL
Casas Jarawara na aldeia Casa Nova. Foto: Peter Schröder, 2000/ PPTAL

El grupo Jarawara cuenta con 180 personas (dato de 2006) y está dividido en cinco aldeas principales (Casa Nova, Yemete, Água Branca, Saubinha y Nazaré) y una provisional, donde se trasladan los habitantes de la aldea Saubinha durante el invierno amazónico para la recolección de castañas. Las aldeas son pequeñas, constituidas por un máximo de 50 individuos, incluyendo a los chicos, y son entidades económicas y políticas autónomas. En cada localidad existe un cacique, cuya única función social es hacer de mediador entre el grupo y otros integrantes de la sociedad nacional. Idealmente, habría por lo menos un xamã (líder espiritual) en cada aldea, sin embargo no es posible mantener esta tradición en la actualidad, pues quedan pocos pajés (otro nombre para xamã).

Tal como se sabe, en el pasado las etnias de la familia lingüística Arawá se organizaban en subgrupos designados. Los viajeros establecieron contacto con estos pueblos en fines del siglo XIX y los describieron como grupos endogámicos y autónomos, que se auto-designaban con nombres de plantas y animales, cuyas características eran “transferidas” al integrante del grupo homónimo. Cada subgrupo vivía en una única maloca (que representaba la totalidad de la aldea) y poseía un xamã y un cacique. Los subgrupos se nombraban con sufijos: -madihá entre los Kulina, -deni entre los Jamamadi y Deni, -dawa entre los Zuruahá y -dyapa entre los Kanamari (de la familia lingüística Katukina). Los Jarawara actuales no hacen referencia directa a estos subgrupos, pero acreditamos que si algún día existieron de hecho, probablemente utilizaban el sufijo -mati o -yafi.

Antes de la llegada de los misioneros evangélicos, hace cerca de 20 años, los Jarawara tenían una gran movilidad y cambiaban cada cierto tiempo de aldea por diversas razones: muerte de alguno de los integrantes del grupo, peleas, enfermedades, etc. La mudanza no significaba necesariamente la disolución del grupo local; al contrario, los parientes se mantenían juntos al moverse por el territorio. Si uno les pregunta a los mayores dónde vivieron a lo largo de sus vidas, se demoran bastante tiempo en recordar todos los lugares y se olvidan de algunos. Los jóvenes, por otra parte, solo conocieron una aldea, en la que viven desde su infancia.

La razón para que se asentaran definitivamente, según los propios Jarawara, es la presencia de los blancos. Las aldeas Casa Nova y Água Branca cuentan con casas de los misioneros de la  Sociedad Internacional de Lingüística y del grupo Jóvenes como una Misión (JOCUM), respectivamente. Estos misioneros vivieron con indígenas durante largos periodos, pero ahora solo vuelven para visitarlos y se quedan solo por algunas semanas. Las casas de los evangélicos permanecen intactas y ellos mismos insistieron para que los indígenas abrieran y cuidaran de las pistas de aterrizaje, que sirven tanto para las llegadas y partidas de los misioneros, como para los casos de enfermedades graves que necesitan trasporte aéreo. Las aldeas Água Branca y Casa Nova además poseen una escuela y un puesto de salud de la Funasa (también hay puesto de salud en Saubinha), con los medicamentos y un asistente de enfermería, quien pernocta allí durante sus estadías periódicas. Idealmente, los Jarawara deberían contar con un asistente de enfermería exclusivamente para ellos, que permaneciera la mayor parte del tiempo en la aldea Casa Nova, donde está el “centro-base”, y pasara algunos días en las otras aldeas. Sin embargo, las tensiones constantes entre profesionales de salud y los indígenas, además de problemas internos de la Funasa, dificultan que se cumpla este ideal. Cuando se les pregunta por qué no se desplazan más, los Jarawara contestan que deben cuidar  las instalaciones de los blancos (de las cuales ellos se sienten muy orgullosos) y que por eso ya no pueden partir de improviso y abandonar todo.

Las casas de las aldeas están construidas según el  modelo regional amazónico: sobre palafitos, con madera de paxiúba, techo de paja o aluminio dependiendo de la situación económica de la familia. En las aldeas con pista de aterrizaje (que sirve también como cancha de fútbol), las casas se distribuyen a los costados del campo, de frente al terreno, una al lado de la otra. En las aldeas tradicionales, las casas están distribuidas en el espacio y no todas las puertas están en la misma dirección. En general, cada casa abriga una familia nuclear (una pareja y sus hijos) y en las casas próximas o vecinas están los grupos de hermanos. Los jóvenes que se casan construyen sus casas lo más cerca posible de los padres; en un primer momento, viven cerca o en la aldea de la familia de la mujer, luego se acercan a la familia del hombre. De hecho, en los primeros años, si ambos son originarios de la misma aldea, oscilan entre la residencia de los padres de la mujer y la de los padres del hombre, o entre sus propias casas construidas al lado de éstas. En un segundo momento, con el nacimiento de los hijos, la pareja se instala definitivamente en la aldea de la familia del hombre. De todos modos, esta regla se puede alterar, pues otros factores pueden influir en la decisión de la pareja sobre el lugar donde vivir.

Las casas poseen una cocina y un dormitorio común: cada miembro posee su hamaca con su mosquitero, aunque la pareja y los hijos pequeños comparten el mismo mosquitero. La cocina es una terraza sin paredes frente a la casa con el fuego de la familia y donde se preparan y consumen las comidas. En las cercanías de la residencia, se ubican los corrales de los animales domesticados (gallinas, cerdos y el pecarí barbiblanco [Tayassu pecari]), además de huertas donde se cultiva el tabaco para hacer rapé y el timbó (tipo de liana de la cual se produce un veneno letal a los peces usado para pescar). Cada aldea posee uno o dos hornos para hacer harina, ubicados en la “casa de la harina”, lejos de las casas.

La autonomía de las aldeas tiene como contrapartida las alianzas que unen a las cinco localidades entre sí. En general, cada grupo local corresponde a un grupo de hermanos y sus hijos, relacionado con las otras aldeas por los matrimonios. Aunque idealmente los Jarawara prefieren casarse con personas de la misma localidad, la unión entre jóvenes de aldeas distintas es frecuente. También se suele usar el “cambio de hermanas”, es decir, un joven se casa con una mujer y su hermano con la hermana de su novia, lo que muchas veces resulta en el cambio de vivienda para uno de los cónyuges. Los compañeros preferidos son los primos cruzados, es decir, los hijos de la hermana del padre de la joven o del joven o del hermano de la madre. Otros tipos de matrimonio, aunque frecuentes, son considerados un "error” (pero no incesto) por los indios. Hay muchas madres solteras, quienes suelen declarar que sus hijos tienen más de un padre (todos con quienes tuvieron relaciones durante el embarazo). Los divorcios no son frecuentes y el matrimonio con los blancos o integrantes de otras etnias son poco comunes y mal vistos. Muchos hombres en la franja de los sesenta años vivieron solteros por toda su vida debido a la falta de “mujeres adecuadas” según las costumbres matrimoniales jarawara.

Cosmología

Aldeia Água Branca, pajé. Foto: Julien Feron, Agosto 2006
Aldeia Água Branca, pajé. Foto: Julien Feron, Agosto 2006

El cosmos jarawara está dividido en cuatro dimensiones: la tierra, el cielo, las aguas y abajo de la tierra. El cielo y la tierra son muy parecidos y habitados por los mismos tipos de seres: humanos, animales, plantas, espíritus de animales y plantas, y monstruos. Sin embargo, el cielo parece ser una versión mejorada de la tierra. Allá, el mundo es joven y bello, y los cazadores logran cargar un anta solos. Además, existe un cielo arriba del otro cielo, donde vive Jesus, pero esta figura los Jarawara no la conocen y no saben describirla, pues los xamãs (líderes espirituales) nunca visitaron el cielo de más arriba. Por otro lado, los xamãs van seguido al cielo de “más cerca”, por donde transitan siempre que tienen ganas. Abajo de la tierra, viven los espíritus de algunas plantas, como la mandioca, y también los “espíritus viejos” (inamati bote), que son caníbales y suben constantemente a la tierra para buscar humanos para sus comidas. En las aguas y en los ríos, viven los monstruos más peligrosos del cosmos: los maka (“serpiente”, literalmente), cuya capacidad de transformación corporal les permite ser vistos tanto en forma animal como en forma humana. Los Jarawara son terrestres y están siempre alertas de que otros seres (terrestres o no) capturen sus almas, sin embargo también poseen relaciones de parentesco muy estrechas con los habitantes del cielo.

Para los Jarawara, cuando los árboles y plantas cultivadas empiezan a crecer (pero todavía están pequeños), sus espíritus salen de bajo de la tierra y comienzan a llorar. Los espíritus que viven en el cielo escuchan el llanto, descienden para buscar a los “chicos” y vuelven con ellos al cielo, donde son adoptados o van a vivir con algún espíritu jarawara de la misma familia ya muerto. Este espíritu de planta, que ahora vive en el cielo, es considerado tanto el “hijo” de la persona que lo plantó, como de la planta de la cual salió. Un Jarawara dice, por ejemplo, que determinado espíritu es “hijo del Okomobi” e “hijo de la banana”, al mismo tiempo que también es hijo adoptivo de aquellos que lo criaron en el cielo.

Cuando una persona muere en la tierra, es enterrada al lado de los árboles que plantó. Luego de algunos días, o durante la puesta del sol del mismo día del entierro, los Jarawara afirman que diversos seres salen de la cueva, o mejor, salen del cuerpo del muerto (más específicamente del vientre o del hígado). Estos seres corresponden a por lo menos tres de los siguientes: un espíritu de onza (Panthera onca), un espíritu (inamati), un monstruo (yama) y un animal – como el mono, el gavilán o el anta. Cada uno tendrá su destino particular. El animal recorrerá la tierra y correrá el riesgo de ser cazado por un Jarawara en cualquier momento. El espíritu de la onza será llevado y domesticado por un xamã del cielo. El monstruo podrá tener dos destinos: o bien será llevado por un espíritu de planta bienhechor que lo aprisionará en un lugar desconocido, o recorrerá la tierra suelto, molestando a todos pues será caníbal. Igual que el monstruo, el espíritu que sale como espíritu mismo también tendrá dos destinos. Es posible que en lugar de salir un solo espíritu del cuerpo del muerto, salgan dos. En este caso, cada espíritu seguirá uno de los siguientes destinos: 

En el primer caso, los “hijos” y “nietos” del individuo muerto lo recogerán y lo llevarán al cielo. Estos “hijos” y “nietos” son los espíritus que salieron de las plantas cultivadas por el individuo a lo largo de su vida. Es decir, cuanto más árboles un Jarawara haya plantado, más “hijos” tendrá en el cielo. Una vez en el cielo, el espíritu del muerto se queda algunos días en la aldea de sus familiares, descansando. Una vez finalizado este periodo, será llevado a otra aldea en el cielo, donde pasará por el ritual de iniciación femenina, no importa si es hombre o mujer. En este ritual, será azotado, de la misma manera que las chicas lo son en la tierra. Luego de que  las heridas cicatricen, el espíritu podrá volver a la aldea de sus “hijos” y “nietos”, siempre en el cielo, donde permanecerá junto a sus “parientes”.

El otro destino posible del espíritu que sale de la persona muerta es llamar a sus “hijos” del cielo (espíritus que salieron de las plantas cultivadas por ella durante su vida) para que se vuelvan antas. Todos ellos bajan a la tierra, donde los “hijos” de otras personas (espíritus de plantas cultivadas por personas de la tierra) los golpean con un palo para que se transformen en pecaríes barbiblancos. El muerto y sus “hijos” transformados en pecaríes barbiblancos pasan a vivir en la tierra, también susceptibles de ser cazados o comidos por los Jarawara en cualquier momento. El espíritu de la persona que murió y que llamó a sus “hijos” para que se transformaran en pecaríes será el “dueño (hitiri) de los pecaríes barbiblancos” de este bando. Este espíritu puede aparecer para los xamãs jarawara sin avisar o sin ser llamados, e informar donde están los pecaríes, lo que resultará en una caza exitosa si los hombres se dirigen al lugar indicado. Al mismo tiempo, este espíritu “dueño de los pecaríes barbiclancos” (que es una Jarawara fallecido) posee vínculos de parentesco con los vivos, debido a que cuando aparece un grupo de pecaríes cerca de la aldea de los vivos, los Jarawara dicen “el dueño, nuestro pariente, extrañaba los suyos y vino a visitarlos, mostrando el camino y trayendo sus hijos pecaríes” (que serán cazados y comidos por los Jarawara si logran agarrar sus escopetas a tiempo).

Ritual

El ritual jarawara más importante es el chicane – también conocido como marina o ayaka –, la iniciación femenina. La fiesta, considerada por ellos como la mejor del mundo, es un momento de aprendizaje, encuentro de parientes que viven en aldeas diferentes, de placer, excesos  de comida, canto y baile, de fútbol, juegos, risas, flirteo y noviazgo (clandestino o no). Los nombres con los cuales los indios se refieren al ritual de por sí son muy reveladores: marina quiere decir, literalmente, “banquete” (Vogel 2006: 131), y ayaka significa tanto el verbo cantar en general, como también el canto ritual masculino específico.

Aldeia Casa Nova, menina guiando sua irmã em recluso para ir tomar banho. Foto: Fabiana Maizza, 2004
Aldeia Casa Nova, menina guiando sua irmã em recluso para ir tomar banho. Foto: Fabiana Maizza, 2004

Luego de la primera menstruación, se le corta el pelo a la joven (bien corto, como un chico, pero no rapado) y el padre o el tío y otros parientes cercanos le construyen una casa pequeña de paja (wawasa) al interior de la propia casa de la familia, en el mismo lugar donde generalmente está la hamaca de la joven. A partir de este momento, la chica pasa las noches y los días al interior de la pequeña casa y solo puede salir a  bañarse. En las salidas diarias, se viste con una toalla oscura en la cabeza para no ver ni ser vista por los hombres y es conducida por otra joven, en general su hermana. Antes de llegar  a la orilla del igarapé (brazo estrecho o canal de río, característico de la cuenca amazónica y que corre entre la selva), los chicos varones se van solos o con sus madres, incluso los nenes. En la margen del igarapé, que durante el día es un ambiente exclusivamente femenino, todo se vuelve como antes, la joven se saca la toalla y se baña normalmente. Además, ayuda en las tareas diarias, como lavar la vajilla o la ropa. El periodo de reclusión dura de tres a seis meses, tiempo necesario para que su pelo crezca hasta la nuca.

La fiesta (o ritual) que marca la “salida de la muchacha” depende de una decisión tomada exclusivamente por su padre o, en caso de ausencia, por el tío materno. El padre avisa personalmente a todas las otras aldeas, o los que desea invitar, y define la fecha de la fiesta, que en general ocurre en el verano (julio) o en el invierno (en enero, cuando los ríos ya están llenos y se hace más fácil llegar en las aldeas ya que parte del camino es recorrido en canoa). No hay una regla en particular sobre la estación del año en que se debe realizar la fiesta; no obstante, parece que “la salida de la muchacha” siempre ocurre en el periodo de luna llena.

El ritual del chicane ha cambiado en los últimos años debido a la muerte de los últimos líderes espirituales (los xamãs, cuya función no despierta interés en los jóvenes de hoy) y también a la presión ejercida por los misioneros evangélicos, presentes en la mayor parte de las aldeas de todas las etnias del río Purus. Aunque haya un modelo de ritual según los diversos relatos recogidos en el trabajo de campo, los factores mencionados hacen con que las ceremonias se diferencien substancialmente del “ideal”.

Cuando el padre de la muchacha anuncia el día de la fiesta, todos los hombres de la aldea salen a cazar para obtener alimentos y “recibir bien” a los invitados. En general, el marina dura por lo menos tres días y tres noches, aunque puede llegar hasta seis si hay comida suficiente. Si el ritual se realiza en el verano, toda la aldea – hombres y mujeres – salen juntos para poner el timbó (veneno de liana para matar peces) en el igarapé (brazo estrecho de río) o en el lago más cercano. Así, capturan una buena cantidad de pescado, que serán asados y secados (y en este caso, la comida es realmente muy abundante, como manda la regla, pues “recibir bien” es justamente alimentar bien). La harina consumida en la fiesta es fabricada y almacenada durante muchos meses antes de la fiesta.

A menina pintada para os dias de festa. Desenho de Dyimayanici (fevereiro 2014)
A menina pintada para os dias de festa. Desenho de Dyimayanici (fevereiro 2014)

Cuando los primeros invitados llegan a la aldea, cruzan el campo corriendo y gritando “yeeee”, golpeando los techos y paredes de las casas con un palo. Las personas que están al interior – los anfitriones – empiezan a imitar el sonido de animales (monos, antas, pecaríes barbiclancos) y algunos (el xamã y su esposa) empiezan a gesticular como animales, balanceando la hamaca como si fueran monos en las ramas, por ejemplo. Luego, las mujeres salen de las casas con trozos de brasas en las manos para ahuyentar los invitados, que se alejan, se van y después vuelven tranquilos. Ahí empieza de hecho la fiesta (ayaka aboni).

[i]Yowiri[/i]: danças e cantos das mulheres. TI Jarawara. Foto: Fabiana Maizza, 2014.
[i]Yowiri[/i]: danças e cantos das mulheres. TI Jarawara. Foto: Fabiana Maizza, 2014.

Las mujeres inician los cantos () sentadas en las “terrazas” de las casas de las homenajeadas, o sea, en el suelo, cerca de la casa de paja de la joven. Son pocas las mujeres que saben conducir este canto, en general son las señoras mayores, esposas de los xamãs. Durante todo el día, todos los días, las mujeres cantan el eé, mientras los hombres juegan al fútbol, conversan, duermen etc. Después de la cena, cuando ya está oscuro, empiezan las danzas y cantos en el patio, en círculo, todos tomados de las manos, alrededor de un pedazo de tronco de más de dos metros de altura. Giran para un lado, luego al otro, y así toda la noche hasta la primera luz del día. Estos cantos pueden ser exclusivamente femeninos (yowiri) – en este caso, una mujer lidera y todas las otras repiten el estribillo – o masculinos (ayaka), comandados por un xamã. La joven participa de la danza con un pañuelo sobre sus ojos, sujeto por debajo del sombrero (poro) hecho de paja y pluma de guacamayo, en forma de una canasta que cubre toda la cabeza y llega hasta el cuello. Usa una falda roja hecha de algodón (yayafa) y una “colita” (yifope) de hoja de buriti (especie de palmera), ambos confeccionados por la madre especialmente para la ocasión. La joven no canta y, cuando amanece, es conducida nuevamente a su casita, donde permanece hasta la noche siguiente, cuando empiezan nuevamente los cantos. Como ya fue mencionado, las danzas pueden durar más de tres noches, dependiendo de la cantidad de comida. Normalmente, las mujeres cantan en la primera noche y en las siguientes cantan los hombres, aunque las mujeres también participan de las rondas de los hombres y viceversa, para “animar” y dejar el canto “más bello”.

La última noche, todo sucede tal como se ha descrito: los xamãs cantan, todos giran etc. Al amanecer, las mujeres bajan al puerto con la joven, la bañan, la pintan, la alimentan. Después, vuelven a la aldea en fila, con varas en la mano, cantando yowiri y llegan al terreno donde están los hombres, que siguieron cantando ayaka. Forman entonces dos rondas, una dentro de la otra: la exterior es la de las mujeres, y la interior es la de los hombres. Las mujeres avanzan con las varas para azotar a los hombres, que a su vez empiezan a gritar y salen corriendo imitando los pecaríes barbiblancos. Uno de los hermanos de la joven vuelve al patio, la recoge y la pone arriba de un tronco de árbol, extendida boca abajo. Una mujer le ata los pies y las manos. El padre de la joven (o un hermano) trae una vara y llama a los hombres para azotarla. Lo hace quien tiene voluntad, o “quien tiene la valentía”. El pajé (lo mismo que xamã, o líder espiritual) da un discurso moralizador y dice cosas como “tu no trabajas, perezosa, no ayudas a tu madre en la casa, sales todo el tiempo”. Uno a uno, los hombres y jóvenes que quieran, especialmente los suegros (koko), golpean a la muchacha hasta que sangre. Luego, cuatro muchachos la llevan – todavía atada al tronco – a la casa de los padres, donde será desatada, aunque permanecerá con su falda y la “colita”.

El padre trae entonces el rapé (sina) y el aguardiente, y llama a los que le pegaron a su hija. Los invitados toman la bebida alcohólica ofrecida y el padre les sopla rapé en la nariz con la ayuda de una pajita. Las mujeres quedan de costado, esperando con brasas en las manos. Cuando el padre termina de soplar, ellas avanzan hacia los hombres e intentan quemarlos para vengar (manakone) a la muchacha azotada. El hombre debe ser bastante ágil y rápido para correr y escapar, aunque esto casi no llega a suceder, pues se encuentran en estado de embriaguez por el aguardiente y el rapé. Debido a esto, la mayor parte de los adultos tienen cicatrices de quemaduras adquiridas en los chicanes. Luego empieza aquello que los Jarawara llaman el “juego”, en el cual se forman dos grupos: todos los hombres de un lado, y todas las mujeres de otro. Cada grupo se burla del otro, intentan quemarse, atar al otro, asustarse, pintarse el rostro con una tinta que permanece por días etc. Cuando termina el “juego”, que puede durar horas, los invitados regresan a sus aldeas.

La joven, por su parte, debe permanecer lejos del agua y pasa dos días y una noche sucia de sangre. Durante ese periodo no puede mirar directamente a la luz y solo puede alimentarse de palmito de açaí (tipo de palmera), harina, beiju (tipo de torta hecha con masa de mandioca), macaxeira (mandioca dulce) y plátano asado. Luego de algunos días, se sopla rapé en su nariz y a partir de entonces puede volver a comer harina, pescados traíra y jeju, y volver lentamente a su dieta habitual.

Juegos

Aldeia Casa Nova, jogo de voley no fim de tarde. Foto: Fabiana Maizza, 2006
Aldeia Casa Nova, jogo de voley no fim de tarde. Foto: Fabiana Maizza, 2006

Durante el día, los integrantes de la aldea están dispersos, cazando, pescando, preparando harina etc., solos o en pequeños grupos de dos o tres personas. Al atardecer, todos se reúnen alrededor de  la cancha de fútbol, el momento ideal para la vida social jarawara. Los jóvenes –  varones y mujeres –  juegan, mientras los chicos se divierten entre ellos y los adultos observan todo y conversan de pie o sentados en las “terrazas” de las casas. Cuando oscurece, a eso de las siete de la noche, todos vuelven a sus casas para cenar.

Hoy en día, la entretención más común es el fútbol. En general, las mujeres empiezan jugando entre sí, pero luego los hombres las sacan del campo para jugar hasta la noche, cuando ya no pueden ver la pelota debido a la oscuridad. Los Jarawara suelen organizar torneos de fútbol en las aldeas e invitan tanto a los integrantes de otras etnias de la misma familia (los Jamamadi, por ejemplo), como también a los ribeirinhos (poblaciones pescadoras que viven en las márgenes de los ríos) amigos. En general, los campeonatos duran solo un día y la mayor parte de los invitados se va al atardecer, antes de caer la noche. Si el torneo es grande, el premio es un cerdo, de lo contrario se juega por regalos más sencillos, como paquetes de galletas o botellas de gaseosa. Los encuentros promovidos por el fútbol son importantes para la consolidación de las relaciones entre las comunidades y también para el flirteo. La regla de conducta dice que los anfitriones deben recibir a sus invitados con una gran cantidad de comida. Sin embargo, la dimensión de estas reuniones no pueden ser comparada con los rituales, ocasiones en que todos hacen lo posible por estar presentes. En los torneos, los más interesados son siempre los más jóvenes.

En la plaza central de la pequeña ciudad de Lábrea, donde hay una cancha de fútbol en alquiler para el público, estos mismos jóvenes se quedan mirando los partidos hasta que se cierra la cancha y, a veces, cuando tienen dinero, alquilan el lugar para jugar entre sí. En la aldea, el voleibol sustituye al fútbol cuando hay algún problema técnico, en general relacionado con la pelota. Para los juegos de voleibol, al contrario del fútbol, los equipos son mixtos y el ambiente es bastante relajado.

Actualmente, los Jarawara practican dos juegos tradicionales: la peteca (deporte en el cual se golpea con la mano una pelota pequeña, rellena de arena y adornada con plumas que le dan dirección en el aire) y el kakaro. La peteca está hecha con hoja de maíz, llamada por los Jarawara de tatao. Los jóvenes cuentan que en los juegos de peteca más serios, probablemente entre aldeas distintas, todos los hombres guardan flechas pequeñas en el bolsillo y cuando alguien no da en el blanco, los otros le lanzan flechas a esta persona, que debe esquivarlas hábilmente para no ser herido. Afirman además que es un juego muy importante, que lo toman muy en serio: “la gente queda nerviosa, colérica”. El segundo juego tradicional, el kakaro, es solo para hombres y consiste en dar al blanco a una bolita hecha de paja u otro material. Aquel que vence gana la reputación de buen tirador de flechas.

En el mundo de los blancos

Los Jarawara han estado en contacto con los “blancos” desde hace más de cien años. Fueron explotados por los patrones regionales del caucho durante mucho tiempo, como esclavos, condición que se extinguió por completo hace solo cuarenta años. De la población actual, todos los individuos adultos conocieron la explotación por el endeudamiento, es decir, los blancos ofrecían productos por adelantado y luego los indígenas pasaban meses en el campo de caucho para saldar sus deudas, siempre “controladas” por los patrones. En esa época, los movimientos y cambios de aldeas estaban, entre otros factores, relacionados con los sitios de explotación del caucho y con las órdenes de los patrones. Los hombres construían ranchos en el medio de la selva y allí pasaban semanas trabajando, mientras sus mujeres e hijos los esperaban en las aldeas, relativamente próximas a las residencias de los patrones.

De ese periodo proviene el rencor y la desconfianza de los Jarawara por los blancos. Hoy, creen en la idea de que los jóvenes deben aprender el portugués y matemáticas para no ser explotados otra vez. De hecho, prácticamente todos los jóvenes y los chicos, aunque no siempre hablen el portugués, son alfabetizados en la lengua jarawara por los profesores indígenas y saben por lo menos sumar y restar. Esto no impide que sean engañados por algunos comerciantes; sin embargo, la mayor parte de las veces son muy respetados, principalmente en los casos de gastos más importantes, como la compra de motores, barcos, bicicletas etc, siempre efectuadas a través de unos pocos hombres que hablan fluidamente el portugués.

Los Jarawara visitan la ciudad de Lábrea a principios de cada mes, cuando los profesores y agentes indígenas de salud (AIS) van a cobrar sus sueldos y los mayores su jubilación del INSS (Instituto Nacional de la Seguridad Social). Prácticamente toda la comunidad jarawara viaja a Lábrea en esa ocasión y en la aldea solo se quedan las personas mayores y las mujeres solteras con hijos muy pequeños. Esta ocasión también es importante pues aprovechan de visitar a los parientes que viven en otros lugares, además de hacer compras y “pasear” en lugar de trabajar. Los Jawarara permanecen en Lábrea el tiempo que les dure su dinero, lo que raras veces sobrepasa los tres días. Se abastecen de los productos industrializados más utilizados, como jabón de tocador, pilas, detergente, fósforos, café, sal y azúcar, y se quedan la mayor parte del tiempo entre ellos, estableciendo contacto solo con algunos pocos comerciantes a quienes conocen o con los funcionarios de la Funasa (Fundación Nacional de Salud Indígena), Funai (Fundación Nacional del Indio), Opimp (Organización de los Pueblos Indígenas del medio río Purus) y de la Opan (Operación Amazonia Nativa).

Los hombres aprecian mucho el aguardiente y es común que se embriaguen en estas visitas a Lábrea. Borrachos, muchas veces son asaltados, tanto por delincuentes locales, como por los comerciantes de los bares. Algunos hombres frecuentan los prostíbulos ubicados en la margen del río. Estos “desvíos de conducta” no pasan desapercibidos por el resto de la comunidad jarawara, sobre todo cuando termina en violencia conyugal. Los comentarios y chismes respecto a los que beben o no vuelven temprano a la casa con sus esposas se esparcen rápidamente y los “culpables” son pronto reprimidos por todos.

Los Jarawara poseen más de cuatro casas en la ciudad, pertenecientes a los que las compraron (o ganaron, como en el caso del cacique de la aldea Casa Nova), pero que abrigan a todos los integrantes de la aldea del dueño de casa. Estas residencias se cierran durante el tiempo en que están en la Tierra Indígena y frecuentemente son invadidas y asaltadas. Cuando  desaparecen objetos importantes, los Jarawara buscan a los ladrones con la ayuda de los vecinos y van personalmente a amenazarlos con frases como “soy indio valiente, como mi padre, y se me robas otra vez, te mato”. Esta actitud tiene un efecto provisional, pues los habitantes de la ciudad tienen el imaginario de que los Jarawara son violentos y sanguinarios, debido a episodios ocurridos en la región en mediados del siglo XX y que se transformaron en leyendas locales.

La Tierra Indígena donde viven los Jarawara constantemente es invadida por pescadores y madereros. Suele pasar que los indios que salen a cazar o pescar se encuentren con personas extrañas, tema que pone a los indígenas nerviosos y sobre el cual hacen reuniones regulares para discutir sobre qué hacer para impedir definitivamente la entrada de no-indios en su territorio. Todas las quejas y las relaciones entre el grupo y las instituciones gubernamentales y organizaciones sin fines lucrativos son mediadas por tres individuos: el cacique de la aldea, el profesor indígena y el agente indígena de salud (AIS), que son los representantes de los Jarawara en el mundo de los blancos.

Nota sobre las fuentes

La información de este artículo es inédita y proviene de un estudio de campo realizado por Fabiana Maizza, doctoranda en la Universidad de San Pablo (USP). Es la primera vez que los Jarawara son estudiados sistemáticamente por una investigación etnográfica. Las fuentes de referencia sobre el grupo son muy escasas y pueden ser nombradas en orden cronológico retroactivo: un informe etnológico realizado por Schröder (2002) y colaboradores para un proyecto de la Funai en sociedad con el PPTAL (Proyecto integrado de Protección a las Poblaciones y Tierras Indígenas de la Amazonia Legal); la tesis de maestría en lingüística de Vencio (1996) sobre las cartas Jarawara; el libro sobre las poblaciones del medio río Purus de Kröemer (1985); y el artículo de Prance (1978) sobre los narcóticos de algunas poblaciones de la familia lingüística Arawá. Por otro lado, las investigaciones sobre la lengua jarawara son innumerables, desarrollados principalmente por Alan Vogel, de la Sociedad Internacional de Lingüística (SIL), y por Robert M. W. Dixon. Hay también algunos relatos históricos sobre el río Purus fechados de fines del siglo XIX e inicios del XX que no mencionan directamente la etnia, pero son muy importantes para aquellos interesados en conocer mejor la región.

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